Categorías
literatura

Lecturas de verano inolvidables

Como amante de las letras, el verano se convierte en una temporada especial para disfrutar de lecturas que hacen que mis vacaciones sean aún más memorables. En este blog post, quiero compartir contigo algunos de los libros que han hecho que han contribuido a que muchos de mis veranos fueran inolvidables y que tanto me han inspirado.

El Príncipe de la Niebla

Uno de los libros que marcaron mis vacaciones de verano cuando tenía doce años fue «El Príncipe de la Niebla» de Carlos Ruiz Zafón. Este emocionante relato de misterio y aventura me transportó a un mundo oscuro y enigmático. Cada página estaba llena de intriga y suspense, manteniéndome absorta en la historia, con el corazón en un puño. Esta fue la novela que me enseñó que una buena historia siempre debe tener un villano a la altura. 

La Puerta del Tiempo

Otra novela que dejó una profunda impresión en mí cuando era pequeña fue «La Puerta del Tiempo» de Pierdomenico Bacalario. Este libro forma parte de una saga maravillosa de aventuras que empujan a a tres adolescentes a explorar diferentes épocas históricas y vivir emocionantes aventuras. Lo leí con once años y convirtió mis vacaciones de verano en una experiencia increíble. Recuerdo que fui con mi mamá a la sección de libros de El Corte Inglés y ella me lo eligió… Desde entonces, siempre he sabido que la magia de lo fantástico algún día también formaría parte de mi producción literaria… ¡y no me equivoqué! 

Hace un año publiqué mi novela Las brujas de Macbeth: El guerrero de la oscuridad y no podría estar más contenta.

Hércules Poirot

Durante varios veranos, me he deleitado con las intrigas y el ingenio del famoso detective belga, Hercule Poirot, creado por Agatha Christie. Sus casos misteriosos y su astuta capacidad para resolverlos me han mantenido atrapada en sus páginas mientras disfrutaba del sol en la playa. Desde bien pequeña, adoro los libros de detectives. Tal es mi predilección por el género, que yo también me he atrevido a narrar las aventuras de mi propio detective privado en La luz de Sorolla. En definitiva, los libros de Poirot han sido una compañía perfecta para días de descanso y entretenimiento veraniego, por lo que siempre son una buena idea. La novela que más recomiendo es El Asesinato de Roger Ackroyd.

El tiempo entre costuras

Una lectura que me cautivó por completo durante un verano fue «El tiempo entre costuras» de María Dueñas. Esta novela histórica ambientada en la España de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial me transportó a una época llena de emoción, amor y superación. Las páginas de este libro me acompañaron en mis viajes y me sumergieron en una narrativa cautivadora que me dejó deseando más. Recuerdo que no estaba muy convencida cuando decidí que lo abordaría, pero fue leer la primera línea y… ¡paf! De todas las novelas que he leído, creo que esta tiene la mejor apertura. 

 

Deseos de Chocolate

Por último, «Deseos de Chocolate» de Care Santos fue una lectura encantadora que hizo que mis vacaciones de verano fueran aún más dulces. Esta novela relata la historia de varias generaciones de mujeres a través de las recetas y los sabores de la repostería. Disfrutar de esta lectura mientras saboreas un helado en una cálida tarde de verano puede ser una experiencia deliciosa y reconfortante. ¡Piénsalo!

 

Un verano inolvidable

Las lecturas de verano son una oportunidad perfecta para sumergirse en historias cautivadoras y hacer que nuestras vacaciones sean inolvidables. Misterio, ciencia ficción, novela histórica, clásicos… ¡hay infinidad de  títulos emocionantes!  

 

Categorías
Historia & Facts Les bruixes de Macbeth Novela

El Solsticio de Verano y la Magia de las Brujas

El solsticio de verano ocurre cada 21 de junio y marca el día más largo del año. Es un día especial, ¡y no es para menos! Empieza el verano, el olor del mar, las vacaciones a la vuelta de la esquina… Además, representa un momento de profunda importancia para las brujas. ¿Sabes por qué?

El solsticio de verano siempre ha tenido un significado especial para las brujas, sus rituales y creencias, y por ello quise que ese momento tan mágico tuviera un lugar especial en mi novela «Les bruixes de Macbeth».  

El solsticio de verano, fuente de energía

El solsticio de verano es un momento de gran trascendencia para las brujas debido a su profundo simbolismo y a las creencias arraigadas en la espiritualidad de la naturaleza. En esta época del año, la naturaleza se encuentra en su máximo esplendor: los campos se llenan de vida y color, y el sol brilla intensamente en el cielo. Las brujas reconocen y honran esta energía vital que fluye en el solsticio, aprovechándola para sus rituales y prácticas mágicas.

Para las brujas, el solsticio de verano representa la plenitud, la fertilidad y el poder transformador del fuego. Es un momento de celebración y gratitud por la abundancia y el crecimiento en todas las áreas de la vida. Muchas brujas realizan rituales de empoderamiento, sanación y manifestación durante este tiempo, utilizando la energía solar para cargar y potenciar sus herramientas mágicas.

Una novela con mirada propia

En «Les Bruixes de Macbeth» (para los que no me conozcáis, soy Adriana Díaz Barea) los lectores y lectoras se verán transportados a un mundo contemporáneo, actual, donde las brujas despliegan su poder en un entorno oscuro y cautivador. A medida que la trama se desarrolla en medio de los preparativos para el solsticio de verano, los lectores y lectoras se sumergen en un laberinto de intrigas, rituales y magia. 

Esta obra recupera una enemistad surgida de las flamas de la literatura de Shakespeare con elementos contemporáneos, creando una mezcla única de fantasía y realidad que estoy segura que te encantarán. 

El solsticio de verano es un momento de profunda importancia para las brujas. A través de rituales, hechizos y prácticas mágicas, las brujas canalizan la energía del solsticio para empoderarse y manifestar sus deseos. La novela «Les Bruixes de Macbeth» captura esta conexión especial y te transporta a un mundo donde la magia y el solsticio se entrelazan en una la trepidante carrera contrarreloj de la bruja Cordelia Macduff. 

¿Quieres leer la novela? ¡Cómprala aquí

(disponible en catalán)

Categorías
Personajes Técnicas para escribir

¿Qué va primero, la historia o los personajes?

¿PRIMERO VA LA HISTORIA, Y LUEGO LOS PERSONAJES?

Suele ser algo que genera dudas cuando un principio de historia aparece de forma vaporosa en la mente del escritor. De modo que es lógico pensar que hay que profundizar en el entramado para que la futura novela sea más palpable.

¡Pero nada más lejos de la realidad!
Si dudas, plantéate lo siguiente:

¿Primero va la vida y después tú? No, ¿verdad?

La vida te ocurre a ti. No le ocurres tú a la vida. Lo mismo es extrapolable a los libros. Esta máxima para mí es fundamental. De hecho, lo que comúnmente se conoce como “historia”, para mí es un conjunto de 3 cosas:

1. Conflicto

2.Personajes principales

3. Trama o resolución

Conflicto

El conflicto es la base de la novela. Es el problema que los personajes deben resolver para llegar al final. No desarrolla la historia al detalle, simplemente plantea la situación de partida sobre la que hay que trabajar durante el proceso de escritura.

Personajes principales

Una misma circunstancia se gestiona de infinitas formas diferentes en función de la persona que la enfrente. «Yo soy yo y mis circunstancias», dijo una vez José Ortega y Gasset. Así que después de plantear el esqueleto, esbozo los personajes principales y a ellos les encomiendo el desarrollo de la trama y la elección del narrador.  ¿Cómo me gustaría que fuera tal o Pascual? ¿Cómo resolvería esto esta persona teniendo en cuenta que tiene estos defectos?

Hay que animar al personaje a equivocarse. Un consejo es dirigir la acción mediante los defectos, no las virtudes. Otro es deformar la virtud hasta provocar consecuencias negativas. Imagina un héroe demasiado valiente.

Por ejemplo, en H&R La luz de Sorolla, la protagonista (que no personaje principal, ya hablaré de ello) es una chica treintañera que debido a la precariedad del mundo laboral se ve abocada a trabajar para una agencia de detectives de Barcelona. Celia Ordis narra en primera persona su experiencia con Alberto Rojo, y ella dirige las pesquisas y la resolución del caso. Por tanto, lo hace como buenamente puede, con la torpeza de quién se dedica a dar charlas sobre arte en el MACBA, y no con la elegancia de Sherlock Holmes. Ahí es donde está la gracia. Ella y sus circunstancias llevan a la investigación a desarrollarse del modo en que lo hace, que es la originalidad que traté de imprimirle a la historia. 

Sin embargo, en Les bruixes de Macbeth, todo gira entorno a Cordèlia, una bruja milenaria que ha vivido tanto que hay mucho que no recuerda. (Como nos ocurre a nosotros, que medida que crecemos, olvidamos hechos o los agrupamos bajo un recuerdo tipo). Además, Cordelia es repudiada tanto por las brujas de su clan como por los mortales. Y es extremadamente introvertida. Esto hace que sea muy desconfiada e independiente y que dude con frecuencia. Pero también es una mujer íntegra de elevado sentido moral; esta mezcla es la que abandera su comportamiento y provoca que tome decisiones unilaterales con graves afectaciones para todos los implicados en el enfrentamiento con la todopoderosa Adela Macbeth. De nuevo, ella y sus circunstancias guían la novela hacia su (inesperado) desenlace. 

Parafraseando a Ortega y Gasset, son los personajes y sus circunstancias los que desarrollan la historia de la novela hacia el desenlace adecuado.

Resolución

A partir de aquí, la historia suele ir rodada (para mí). Es más fácil construir la sinopsis completa y detallada de lo que va a ocurrir. Es decir, cómo se va a resolver el conflicto planteado. Y es a partir de aquí, o incluso cuando ya se está en el tajo, cuando van picando a la puerta los secundarios. “¡Ojo que aquí entro yo!”  

Los secundarios acostumbran a desatascar la trama. Son los “facilitadores” de los personajes principales. La bisagra. Para mí es muy importante que se integren de forma natural durante el desarrollo de la trama. 

En resumen: Tener claro el tema y conflicto y jugar a ver cómo lo resolverían los personajes imaginados es lo que construye y da sentido real a la historia de la novela. Y no al revés.

Categorías
Caza de brujas Historia & Facts

¿Existió de verdad el Consejo de Vall?

Es una de las preguntas que más me hacen los lectores y lectoras de Les bruixes de Macbeth: El guerrer de la foscor. Y es que la presencia de este órgano a cargo de la defensa territorial contra las brujas resulta muy creíble en el contexto que se expone en la novela. Un repasito: Las brujas deciden alzarse contra la persecución que sufren desde la Edad Media y pretenden entronizar a la todopoderosa Adela Macbeth en un ritual que le habrá de dotar el Gran Poder… 

En la novela, existe una antigua enemistad entre brujas y lugareños representada por dos instituciones: El aquelarre de Macbeth, agrupación de las pocas brujas que quedan vivas; y el Consejo de Vall, órgano político de defensa contra las prácticas de brujería y malas artes. Como he dicho, quiénes  han leído la novela coinciden en la cuestión:

¿Existió?

Y la respuesta es que sí. 

El Consejo del Vall de Aneu

El Consejo de Vall existió de verdad, aunque no lo hizo como institución solemne, jerárquica y con influencia supraterritorial que aparece en Les Bruixes de Macbeth, sino como una agrupación vecinal con los «cabezas de casa» de los municipios del Vall d’Àneu (Pallars) a cargo de juzgar a las mujeres acusadas de practicar brujería en el territorio catalán de acuerdo al historiador Pau Castell.

Los consejos comunitarios, precursores del actual ayuntamiento.

En la Edad Media las comunidades y municipios se gobernaban a través de agrupaciones de vecinos, popularmente conocidas como «consejos». El Consejo del Valle de Aneu iba más allá y componía una asamblea superior que agrupaba municipios, pero no era el único. A finales del s. XVI, el Consejo de Laspauls (Huesca) también agrupaba a varias localidades y también condenó a varias mujeres por prácticas de brujería.

Las primeras condenas legales por práctica de brujería a nivel europeo fueron en el Valle de Aneu.

Esto es muy interesante. En el Vall d’Àneu i el Pirineo catalán  se produjeron los primeros juicios por brujería de Europa. De hecho, de ahí se origina el texto jurídico catalán más antiguo que hace referencia al ‘delito de brujería’. Las Ordenanzas del Valle de Aneu inician las primeras condenas legales durante la persecución de brujas a principios del S. XV. 

En Cataluña hay mucha historia referente a la terrible caza de brujas acaecida en la Baja Edad Media, y esa fue la razón que me empujó a basar ¾ partes de Les Bruixes de Macbeth i El guerrer de la foscor en territorio catalán. Ese fue el motivo, también, de narrarlo en dicha lengua. ¡Ojalá algún día sea traducida al castellano!

Categorías
Sin categoría

Cómo ser escritor hoy

El paradigma del escritor ha cambiado.

Antes el escritor armaba una novela, la enviaba a editoriales y, si gustaba, la editorial se encargaba de editarlo, maquetarlo, publicarlo, distribuirlo y hacer el marketing. En este proceso, la editorial apostaba por una novela (o un autor/a) y asumía el 100% del riesgo de que los ejemplares acabaran cogiendo polvo en una estantería invisible de una librería XXL. Ahora las cosas son un poco diferentes. Las grandes editoriales apuestan fuerte por los autores/as que les aseguran un cierto volumen de ventas, las pequeñas reciben un número casi infinito de manuscritos para valorar, y los que no somos lo primero y llegamos tarde a lo segundo lo tenemos difícil para hacernos algún hueco en la estantería de Casa del Libro o El Corte Inglés. Drama. 

Un escritor no es sin lectores.

Eso vaya por delante. No escribimos para que la historia quede en un cajón. Y quién diga lo contrario es demasiado polite. Pero la realidad es la que es, y si no podemos acceder al músculo distribuidor y publicitario, solo tenemos dos opciones:


1. Extirparnos la pluma.
2. Hacértelo todo tú.


Yo me propongo explicar mi experiencia con lo segundo. He escrito dos novelas hasta ahora (si estás leyendo esto seguro que ya lo sabrás 😉 ). La primera es La luz de Sorolla (Hopes and Ropes I) de misterio light, moderno y divertido. Estoy muy contenta con el resultado y lo pasé muy bien escribiéndola. Es una novela de detectives del siglo XXI porque a mi me gustan desde siempre (un día haré un post de mis favoritos) y tiene tintes de Woody Allen porque al ver por vez primera Misterioso Asesinato en Manhattan supe que quería escribir una novela de misterio que fuese divertida. Hacer reír no es fácil, así que fue un doble reto. Ya lo contaré.

Les bruixes de Macbeth: El guerrer de la foscor

La segunda novela que he escrito es mucho más compleja. Está más elaborada a nivel de entramado, personajes, documentación histórica, y es la que ahora mismo me gustaría sacar adelante. Va de brujas. Brujas clásicas, sin escuela de magia de por medio. De las que montaban aquelarres en luna llena y huían de cazadores sin escrúpulos. Así es a grandes rasgos. Pero si quieres saber un poco más puedes haciendo clic aquí

Me pondría muy triste que la trilogía Les bruixes de Macbeth quedara en el olvido. Por el trabajo y el esfuerzo que supone una obra de sus características. Por eso, he optado por la opción de hacérmelo todo yo. Porque confío en mi historia, sé que es original (¡me lo dicen por ahí!), y quiero que el mundo la conozca. Contaré mi experiencia mientras trabajo en este proyecto.

¡Soy incapaz de extirparme la pluma!

Categorías
La noia que va robar la torre Eiffel

La noia que va robar la torre Eiffel

París, Segona Guerra Mundial

M’agradaria començar aquesta història afirmant que hi ha coses que, tot i tenir sentit, no semblen raonables. Per exemple, no sembla pas raonable imaginar-se a una silueta que fuig a cuita corrents pels carrers de París després d’haver comès el robatori de la torre Eiffel. Ho sé. No és fàcil pensar-hi. Però jo he de dir, després de conèixer la història de la noia que la va robar, que la proesa compta, com a mínim, amb el mateix sentit de l’agulla d’una brúixola que es refà i recupera el nord després de patir una enèrgica sacsejada. 

El fet en qüestió que atempta contra la filosofia del sentit comú, per què amagar-ho, va succeir fa molt i molt de temps, quan una noia un pèl trapella va burlar la vigilància del soldats alemanys que ocupaven París i va decidir emportar-se el monument més emblemàtic del país gal.

La nit del robatori era freda. La neu, que encara no s’havia desfet, s’apilava a les voreres en petits munts que començaven a encanudir. No hi havia ningú al carrer, i no se sentia res tret del remor d’unes avionetes en la llunyania i el lladruc de l’habitual gos de mitjanit. 

La lladre es va aturar davant la torre Eiffel, la qual brillava sota la riba del cel nu com si fos una espelma gegant encarregada d’encendre les estrelles, i, per última vegada, es va intentar convèncer que era més encertat deixar-ho córrer tot. Aleshores va recordar el que es va convertir en el seu primer delicte oficial a la ciutat: una maleta que va decidir robar a un pobre desgraciat un cop va arribar a París en l’últim tren del vespre. Perquè la lladre va pensar, tan encertadament com fer diana amb un dard, que una noia jove que viatjava tota sola i sense maleta cridaria tan l’atenció com ho farien unes espurnes al vell mig de la foscor, i que si ella fos el revisor de l’estació ho trobaria sospitós i decidiria demanar-li el bitllet, descobriria que no el tenia i llavors l’arrestaria.

Malauradament, a la lladregota el truc de la maleta robada no li va servir de gaire perquè el revisor, que no era pas tan sapastre com ella havia imaginat (o millor dit, com ella havia desitjat) sí que la va enxampar:

─És aquest el seu equipatge? –li va preguntar l’oficial mentre assenyalava la maleta que carregava.

─Sí, senyor –va respondre la lladre tan dubitativament com una cuca de llum fent pampallugues.

─N’està segura? –va insistir l’home.

Ella va arquejar les celles fingint sorpresa i va aixecar el cap superbament per transmetre, per què no, una mica de destorb.

─I és clar, senyor. No deu insinuar pas que no sé identificar el meu propi equipatge, oi?

─No pas. Només trobo difícil d’entendre com és que una noia que viatja sola carrega una maleta tan gran i tan… pesada.

La lladre va empassar saliva i es va mossegar el llavi.

─Deu ser que tinc masses vestits –va contestar impacientment mentre reprenia el camí de sortida.

─Podria saber què ha vingut a fer a París, si no es molèstia? –va dir el revisor, bloquejant-li el pas.

La lladre es va mossegar el llavi. 

─Ho sento. Tinc molta pressa. Potser en un altre moment?

─Insisteixo.

La veritat era que no en tenia ni idea. S’havia despertat d’una son molt profunda quan el tren minorava la marxa, estirada al seient del seu compartiment buit i no recordava pas res de la seva vida abans de baixar del vagó. Era com si hagués acabat de néixer, com si algú hagués fet petar els dits i hagués aparegut allà per art de màgia. I per això, es va inventar un pretext:

─Hi he vingut a viure.

─A una zona de guerra? –va afegir l’oficial amb sarcasme–.Em deixa veure el seu bitllet?

I va ser així com la lladre de maletes es va quedar atrapada a l’estació de París, sense poder entrar a la ciutat i sense poder agafar un altre tren, i va ser així, també, com estava a punt de convertir-se en la noia que va robar la torre Eiffel.

De totes maneres, tampoc no era tan estrany que la noia decidís continuar amb el seu ambiciós propòsit; Perquè allà on els seus ulls voltejaven com a papallones, la lladre era capaç d’encetar un delicte. Al cap i a la fi, duia el robatori a la mirada: tenia uns ulls tan brillants com un parell de diamants.

En veure que el seu cor estava tan buit de remordiments com la ciutat, la lladre es va esmunyir a l’interior de la torre. Llavors, quan va aixecar el cap –déu meu, quina meravella!– la lluna irradiava una llum lletosa que es filtrava pels forats de l’esquelet de metall. Era com si estigués mirant a través d’un calidoscopi gegant.

La lladregota va pujar de dos en dos les escales fins a arribar al mirador i, un cop allà, es va posar mans a l’obra: es va enfilar a la barana i va fer passar un peu per sobre. Amb molta cura de no relliscar, fa fer el mateix amb l’altre i, sense mirar cap avall, va iniciar l’ascens a l’antena. A la noia li bategava el cor com si un cavall galopés sobre el seu pit mentre trepava, i les gotetes de suor li regalimaven per la galta, zigzaguejant pel laberint de pigues, cada cop que el vent xocava contra la seva cara.  

En arribar a dalt de tot, la lladre es va subjectar fermament amb una corda. Però un cop d’aire va fer que ensopegués i quedés perillosament suspesa del buit durant uns instants. Es va balancejar d’un costat a l’altre com si fos una campana i va xocar unes quantes vegades contra el metall gelat de la torre. També se li va esquinçar el vestit i es va fer una rascada a la cara. Per sort, es va aconseguir refer.

Llavors, quan va haver recobrat l’alè i l’equilibri, la lladre va agafar una de les agulles de ganxo que recollien el seu cabell i va a començar a treure els claus de la torre Eiffel.

***

Entre xiuxiueigs de fusels i uniformes corria el rumor que el coronel Hoffman estava tocat de l’ala. Que s’havia tornat boig, o alguna cosa semblant, de tant de temps que havia passat a l’interior d’aquella estació. Que la obsessió per a dur a terme les seves tasques amb pulcritud i perfecció li havien fet veure fantasmes on no els hi havia. Que el seu entossudiment per convertir-se en un home respectable i admirat havia provocat que perdés el seny.

El cert era que els temps de guerra eren capaços de trastornar la persona més lúcida. I, potser sí que el coronel Hoffman estava una mica afectat, al cap i a la fi. Però ell sabia, millor que ningú, sobre quines espatlles requeia tota la responsabilitat de mantenir l’estació ordenada i en bon funcionament, i tan se li’n donava si els altres soldats deixaven de creure’l. Ell sabia que hi havia una noia que no gaudia del permís per quedar-se a França amagada en algun indret d’aquella estació. Una noia que havia robat una maleta en baixar del tren que l’havia dut a París, i que ell, el coronel Joseph Hoffman, estava determinat a enxampar. 

Decidit a fer-ho d’una vegada per totes, un matí l’oficial alemany es va asseure en un dels centenars de bancs de l’estació que hi havia emplaçats entre farola i farola, i es va passar el matí alternant els ulls entre el tràfec i el contingut d’un quadern que sempre duia amb ell. El llegia amb el front arrugat i els ulls parapetats rere unes ulleres de cristalls rodons. Semblava que per llegir hagués de fer un esforç sisifià; com si les lletres estiguessin escrites al revés o quelcom de similar. 

Res, però, no semblava cridar-li l’atenció, al Joseph Hoffman. Sols de tant en tant algun pensament esdevenia amb la suficient perspicuïtat com per induir-lo a prendre el llapis que tenia recolzat sobre el paper i gargotejar laboriosament sobre les fulles, com si escribís de pura fúria. Aquell profund embadaliment que li va sobrevenir va provocar que, després de tornar en si mateix, el desconcertés l’espurnejant llum de l’estació. En tornar en sí, el Joseph Hoffman va haver de parpellejar en repetides ocasions amb intensitat, com si volgués agafar amb els ulls l’horitzó que es presentava davant seu. Després, va realitzar la inspecció ocular de rigor:

Com de costum, hi havia fletxes que assenyalaven direccions oposades, pissarres desllustrades amb molts destins i horaris i escales que tremolaven sota les pisades accelerades, que sonaven igual que el repicar de la pluja contra una finestra, “tap, tap, tap”.

Mai no s’hi havia fixat, però el Joseph Hoffman va advertir que hi havia desenes d’individus que portaven el paraigües obert perquè les gotetes acumulades a la cúspide rodessin cap avall pel teixit com si, en comptes d’aigua, els núvols haguessin llençat llavors. També va contar almenys una vintena de rellotges suspesos de la volta envidrada com globus a mig camí del cel i, per primer cop des que havia començat a dirigir aquell lloc, va reparar en que el so de l’arribada del tren portava una reminiscència del mar que creia haver visitat un cop ja feia molts anys.

Com més la mirava, més li semblava que aquella estació de ferrocarrils parisenca s’aixecava com un escenari oposat als que estava acostumat a regentar. De quan coordinava les estacions alemanyes, el coronel Joseph Hoffman guardava arxivada a la seva retina una tonalitat grisenca i somorta, com si permanentment estiguessin refugiades sota l’ombra d’un núvol llarg i gros. Res a veure amb aquella, pensava ell. Tan distinta. Tan lluminosa.

Abans de continuar explicant aquesta història, penso que és just mencionar que el Joseph Hoffman no era un coronel de debò. De fet, ni tan sols pertanyia al cos militar, però se li havia concedit l’honor de coordinar i gestionar una de les estacions de ferrocarrils més immenses de París durant l’ocupació alemanya. La jurisdicció militar alemanya considerava que el fet d’erigir-se com a coronel, coronel en funcions, fals coronel o coronel en transició, proporcionaria el Joseph Hoffman l’autoritat suficient com per governar la zona sense riscs d’alçament.    Així, perquè la farsa fos més convincent, se li havia atorgat un uniforme oliva oficial, una visera amb varies insígnies representatives del règim, i una cinta vermella que hauria de dur lligada al braç esquerre, també específica del sistema. 

Malgrat els esforços del règim germà, el Joseph Hoffman no estava segur que tot allò pogués ajudar-lo amb les seves tasques. Encara que tampoc l’importava. No feia falta indagar gaire per adonar-se que al coronel, un rostre que semblava arrebossat amb sutge i uns ulls com dos escarabats ja el desacreditaven. De fet, els qui coneixien bé el Joseph Hoffman sabien que aquell no era un assumpte que li robés amb assiduïtat el somni.

Reprenent el fil principal d’aquesta història, el motiu pel qual el Joseph Hoffman pensava que podia existir la possibilitat que es robés el monument més representatiu de París era que, des de feia temps, tenia clar que ja no podia estar segur d’algunes coses: vivia en una època en la que un mateix no sabia amb certesa si algú que havia vist recentment era viu o, encara més, si algú que estava veient en aquell precís moment existia de veritat. I aquesta última impressió era, precisament, la que germinava al seu interior cada cop que es topava amb la lladre de la maleta.

La lladregota vivia a l’interior dels murs d’aquella enfeinada estació i, encara que s’esforçava de valent per passar desapercebuda entre el vaivé de viatgers, el coronel era capaç de reconèixer a la llegua el contrast entre la seva magror distingida i el seu rostre, tan palpablement saludable com evidenciaven les seves galtes rosades.

Malgrat tot, la de la lladre era una cara de traç enganyós: si bé era indiscutible que havia deixat enrere la infància, encara no era atribuïble a la d’una dona. La qual cosa dificultava enormement que el Joseph Hoffman pogués acotar la seva edat i provocava que acabés sucumbint a l’incert pensament que podia tenir entre divuit i trenta anys.  

Al coronel Hoffman li agradava inspeccionar des d’aquell lloc el funcionament de l’estació, però no suportava haver de dedicar-se a organitzar el tràfic de tots aquells francesos que convenien en agafar un tren per fugir de la zona ocupada o perseguir residents parasitaris i il·legals com la lladre de la maleta. 

Precisament, el “paràsit” tornava al seu amagatall quan al coronel li va semblar que passejava per l’escombrada de la seva mirada. La va anar veient cada cop amb més claredat, nascuda d’una fogonada d’imaginació projectada sobre les llambordes de l’escalinata que pujava amb pressa, atropellant les ombres obliqües de les columnes.

Primer van aparèixer les mànigues d’un jersei negre, després un vestit beix tacat de lunars, a continuació un cabell fosc recollit en una cua i finalment una cara on el nas, els ulls i les celles semblaven elevar-se mentre un somriure, que semblava balancejar-se sobre mitja lluna, generava el mateix efecte que un nen que llepa una gran bola de gelat de xocolata.

La va veure sorgir molt a prop d’ell i aturar-se al mig de la multitud, com si hagués escoltat el seu nom cridat per algun dels altaveus metal·litzats de l’estació. Situada en un parèntesi d’immobilitat, el Joseph Hoffman gairebé podia tocar-la lleugerament amb els tous dels dits si els estirava per sobre de centenars de paraigües. Desesperat, el coronel alternava el xiulet, que bufava amb intensitat fins a deixar-lo ronc, amb els crits de:

─Lladre! Atura’t, lladre!

Però ella, tot i que estava segura que el coronel havia cridat tan fort que de ben segur que havia traspassat les parets d’aquella estació, no li va fer cas i es va escapolir entre la multitud. A ella no li agradava gens ni mica el coronel Hoffman. El que igorava era que l’oficial havia dedicat moltíssims dies a estudiar les seves passes i els seus moviments, i ara sabia perfectament cap on es dirigiria. Era impossible que s’escapés.

Com previst, la lladre de la maleta es trobava a l’andana. S’havia recolzat sobre una farola mentre menjava una poma i esperava una oportunitat per marxar d’aquell indret. 

El coronel s’hi va apropar sigil·losament per darrere  i va deixar caure la seva mà sobre les espatlles de la lladre. De l’ensurt, li va relliscar la fruita, que va rodolar resseguint el desnivell del paviment. 

─Vine amb mi, lladre─va ordenar-li─.Tu i jo tenim assumptes pendents d’arreglar.

A la qual cosa ella li va contestar, amb la més absoluta fredor:

─Deixi’m anar! Tregui’m les seves mans de sobre, maleït alemany estúpid!

Allò va contribuir a que el coronel s’enfadés, agafés firmament el canell ossut de la lladre i estrangulés el seu braç rere la seva esquena per impedir que s’escapés. Ella cridava socors, socors! però ningú no semblava sentir-la.

─Estigues quieta! ─va exclamar mentre forcejaven─.No veus que no et fan cas?

El coronel Hoffman va agafar la barbeta de la noia amb la seva mà lliure i hi va clavar els dits, obligant-la a observar el seu entorn, que romania immutable envers aquella trifulga. Era curiós com els viatgers eren capaços de caminar tranquils, aliens al forcejament que protagonitzaven ella i el coronel.

─Em fa mal! ─va cridar─.Deixi’m anar! Deixi’m anar!

La lladre de la maleta intentava desempallegar-se del Joseph Hoffman, regirant-se amb la rebel·lia d’una cadernera a l’interior d’una gàbia.

─Estigues quieta, siusplau! ─va insistir l’oficial ─.Vull fer-te una proposta!

─No la vull sentir! Deixi’m estar o…

─Estic disposat a deixar-te agafar un tren –va interrompre-la─. Però, a canvi, necessito que facis una cosa per mi.

Els músculs de la lladre es van endurir, en alerta. 

─Què vol?

El coronel va refusar respondre immediatament. Va meditar durant un instant les paraules i, finalment, va insinuar:   

─Se’t dona bé robar.

La lladre no el va deixar acabar i va aprofitar aquell moment de feblesa del coronel per girar-se i retreure-li la situació.

─Ho faig perquè no tinc més remei, no perquè vulgui! Si vostè no m’hagués tancat a aquesta estació no ho hauria de fer!

El Joseph Hoffman es va sumir en un silenci impermeable mentre la lladre li escrutava les faccions, que resumien la fatiga que l’assolava: el cabell negre atzabeja que s’entreveia sota la visera; els penetrants ulls d’escarabat rere les nítides ulleres rodones; les galtes tustades; la mandíbula torçada. 

─Ja ho sé─va admetre finalment ─.Però se’t dona bé. I per això vull que robis per a mi la torre Eiffel.

La noia va pensar. Va deixar que la seva mirada vagués pels voltants i que, en alguna ocasió, es perdés als racons de la seva ment. Si efectivament el coronel li estava demanant que sostragués la torre Eiffel i el Joseph Hoffman estava al servei del Führer, i al Führer li agradava París i, a més, tal i com deien els rumors, el Führer tenia la intenció de convertir Berlín en una ciutat com la de les llums, llavors la resposta era evident:

─No robaré la torre Eiffel perquè vostè la entregui a Hitler! No, senyor, de cap manera!

El coronel Hoffman es va enfurir encara més i li va donar a la lladre una tremenda bufetada, tan tremenda que li va girar la cara cap a l’altre costat. Quina falta de respecte.  

Amortallada a l’interior del seu uniforme botonat fins al coll i amb les mans a l’esquena, la figura del coronel Hoffman va sorgir de la boirina de la plataforma, que estava enfosquida pel vapor que brotava de la locomotora. Es va aturar davant de la farola de l’últim cop i va romandre immòbil mentre espiava ansiosament el vaivé de siluetes confuses que passejaven per davant seu. Estava atent a qualsevol característica que l’ajudés a identificar la lladre de la maleta: un somriure, una lluentor de diamant o un tros de tela motejada. Qualsevol cosa.

Li va semblar que l’hivern havia arribat prematurament aquell any, com solia passar a Alemanya. A París, el seu alè també guspirejava en l’aire fred com una tela d’aranya sota la lluna, i la humitat igualment li calava els óssos.

No gaire lluny de l’andana, el xiulet del tren, que advertia de la seva imminent partida, va assenyalar l’hora acordada i va arribar a les oïdes de la lladre per sobre del clamor sorollós que envoltava l’estació. Li recordava que era el moment de posar-se en marxa. En comptes de fer-ho, però, la lladre de la maleta va romandre vigilant des de la balustrada on es trobava, intentant esbrinar la raó per la qual se sentia tan culpable per no haver complert amb el seu encàrrec. Que no estava actuant correctament?

A mesura que transcorrien els minuts, el coronel Hoffman s’impacientava. Els seus passejos inquiets a la plataforma cridaven l’atenció dels vianants i, encara que el fum començava a ésser tan dens que impossibilitava discernir un rostre d’un altre, la cinta vermella que duia cordada al seu avantbraç esquerre impedia que ningú li dediqués una mirada que durés més enllà d’un fugaç pestanyeig.

El Joseph Hoffman va retornar al punt de trobada, però a la farola no hi havia res més que un buit daurat enllumenat per una llum lletosa. Recolzat en ella, el coronel va encendre un cigarret i es va deixar meravellat un cop més per la màgia d’aquella estació de ferrocarrils: la il·luminació era abundant i generava un efecte visual tan extraordinari que les parets semblaven estar revestides d’or.

L’oficial va aixecar la vista y va fer un cop d’ull al seu voltant, però només es va topar amb l’anada i tornada dels passatgers més ressaguers, entre els quals no hi havia ni rastre de la lladre. El Joseph Hoffman va fer les últimes calades i es va desfer de la burilla, que va apagar d’un cop de peu. Aleshores va mirar el gran rellotge i va comprovar que passaven deu minuts de l’hora assenyalada. Així que era veritat, va pensar. La lladre s’havia mantingut fidel a la seva paraula i havia decidit no ajudar-lo.

La fúria va ascendir atropelladament al cos del coronel Hoffman mentre reprenia el seu passeig neguitós i feia gambades al llarg i ample de l’andana. No podia treure’s del cap les paraules de la lladre:

No robaré la torre Eiffel perquè vostè la entregui a Hitler! No, senyor, de cap manera!

Posseït per la còlera que la situació li provocava, el Joseph Hoffman va treure el seu quadern de la butxaca, li va arrencar algunes pàgines i el va llençar amb totes les seves forces a les vies del tren. Poc després, va fer el mateix amb la cinta vermella que li espremia el braç i, sense detenir-se a contemplar el revolt que havia causat al seu voltant, la figura del coronel es va perdre entre la broma de la plataforma.

Li va donar igual que un xiulet en la llunyania insinués que el seu objecte preuat fos esclafat pel sotragueig d’una enorme locomotora de ferro. Per sort, la lladre de la maleta, que fins llavors romangué expectant al mirador bascular, va baixar ràpidament a l’andana, es va obrir pas entre la multitud i d’un salt es va abalançar a les vies. La noia va rescatar el quadern i algunes de les fulles que el coronel li va arrencar, i sense ni tan sols aprofitar l’oportunitat que li brindava el destí per marxar sense l’impediment del coronel Hoffman, va tornar al seu amagatall. 

La lladre va arribar just a temps al mirador per veure l’últim tren del vespre recórrer la via i desaparèixer després de voltar a la corba. Quan el fum es va haver dissipat i l’estació es va haver sumit en el silenci, es va asseure al terra gelat i va recolzar el quadern sobre els seus genolls. Es titulava “La noia que va robar la torre Eiffel” i tenia un aspecte horrible: la coberta havia estat esgarrapada i les pàgines que encara restaven subjectes al llom s’obrien a les puntes, com si es tractés d’un acordió. 

La lladre el va fullejar de darrera a davant i de davant a darrera. Estava escrit en alemany i la cal·ligrafia que l’omplia, tosca i desigual, pertanyia al coronel Hoffman. Es va fixar en que la pàgina que contenia el títol no era la primera. Una dentada de paper blanc que travessava el llom verticalment insinuava que un altre full l’havia precedit abans d’ésser arrencat. La lladre va lligar caps ràpidament. Es va ficar la mà a la butxaca i va agafar la pilota de paper arrugada que havia recollit de les vies juntament amb el quadern. A continuació, la va desplegar amb infinita cura. Aquest cop, però, la cal·ligrafia havia canviat: ara era fina i estava traçada amb llapis, i es difuminava de la mateixa manera que ho faria una aquarel·la xopa de rosada. Era una carta:

París, 15 de desembre de 1940

Davant nostre, els parisencs que marxen s’apinyen contra la paret. Els gendarmes semblen haver perdut el control però, quan he girat el cap, he vist que, a quatre o cinc posicions més enllà a la filera, hi ha un oficial morè d’ulleres rodones i uniforme verd oliva que ordena que ens mantinguin a tots quiets i disposats un rere l’altre mentre ell revisa que tots tinguem el nostre passatge en regla amb una professionalitat sorprenent, com si estigués acostumat a lidiar amb estacions atestades de gent. És l’únic que no crida, i és d’agrair que no es maneflegi cap soroll més entre el sotragueig de les vies, els xiulets i el murmuri de la gent. Seria massa estressant.

La cua avança ràpid i jo agraeixo que arribi el nostre torn ràpid perquè el bitllet de tren m’apunyala la mà com si fos una traïció, però d’altra banda intento incomodar l’oficial alemany durant el protocol d’inspecció, desitjant amb tot el meu cor que es desesperi i opti per posar alguna pega que així ens impedeixi agafar el tren. No vull marxar!

Malauradament, això no passa. Ens fa avançar i ens apilotem juntament amb l’equipatge a l’andana, on espera la locomotora fumejant. Tenim assignat un tren amb finestres de vidres esquerdats i sense cortines (crec que passarem fred) i amb prou feines compto amb dos minuts per escriure unes últimes línies que em permetin dir adéu a aquesta meravellosa ciutat.

Les trobaré a faltar; a les dos, la meva vida i París. Tots els que hi som aquí ho farem.

M’agradaria endur-me un trosset de París i així envair amb la seva essència aquest nou indret al que ens dirigim, però sé que és impossible. Per això hauria d’emportar-me la torre Eiffel i el marc de la finestra des d’on sempre he pogut contemplar-la, i això no cap a cap maleta ni a cap tren, per molt espaiosos que siguin. 

Marxem sabent que ho deixem tot a la mercè de la inapel·lable sentència del temps, havent encaixat amb enteresa la certesa que, si algun dia tornem, res no serà igual. Quan això passi, possiblement el pedal de la bicicleta amb la qual recollia el pa ja no giri, el porticó de la meva finestra hagi estat devorat pel corcó i la posta de sol ja no s’alineï amb les tanques del jardí per destorbar-me mentre llegeixo. Tot i això, em tranquil·litza saber que la torre Eiffel seguirà allà, aïllada, enfrontant-se al cel infinit i alçant-se a la tardor com un sentinella entre la boira del capvespre.

Almenys, això sí que serà per sempre.

Quan la lladre de la maleta va acabar de llegir la carta, es va sentir miserable. Per fi havia entès que la seva missió consistia en allò que tan injustament s’havia negat a realitzar, i que si no coneixia res del succeït abans d’arribar a l’estació no era perquè no ho recordés, sinó perquè, simplement, mai no havia passat. 

La noia va maleïr haver jutjat tan durament el coronel Hoffman. Després va agafar la maleta que va robar en arribar a París, va guardar-hi el quadern i va marxar del mirador disposada a consumar el robatori de la torre Eiffel. 

La lladre va arribar a l’estació amb els músculs entumits d’arrossegar la pesada maleta pels carrers de París. Respirava agitadament, i el fred, intens, es cristal·litzava amb el seu alè sota la negra nit. Esgotada per l’esforç, la noia es va aturar momentàniament per agafar forces.   

─Sabia que et trobaria aquí.

Sabent-se descoberta, la lladre de la maleta es va girar. El coronel Hoffman s’apropava cap a ella, directe i ple d’energia. Continuava vestint el mateix uniforme oliva, però, curiosament, al seu braç ja no hi tenia la cinta vermella amb el símbol del règim. 

─Caminem una mica? ─va proposar-li.

Ella no s’hi va negar. Al contrari, el va seguir embadalida quan ell es va començar a allunyar fent llargues gambades i va començar a pujar les escales, guiant-la cap el banc on ell acostumava a seure per escriure mentre vigilava l’estació.  

El coronel es va asseure a un extrem i la noia, a l’altre. Es van mirar. El foc i l’aigua no podrien ser més oposats que com ho eren el Joseph Hoffman i la lladre de la maleta. Curiosament, però, en aquell breu moment ambdós varen adquirir en els pensaments de l’altre una certa similitud siamesa.

─Vaig trobar el quadern al mateix lloc que tu. Es movia d’aquí a allà, arrossegat pels cops de peu del tràfec de la gent. Com una pedra de tartera –va confesar el coronel tot d’una, mentre deixava que els seus ulls es perdessin per sobre del cap de la noia, en unpunt inconcret de la memòria imalpable–.Com tu, vaig sentir curiositat i el vaig llegir. I quan ho vaig fer em vaig sentir culpable per tot al que a aquella noia i a la resta de passatgers els hi estava passant i vaig pensar (il·lús de mi!) que podria solucionar-ho d’alguna manera i així reparar part del mal que ha causat el règim –el coronel Hoffman semblava realment avergonyit─.Però m’he adonat que hi ha coses que no poden ser. La noia que va robar la torre Eiffel… Hi ha coses que, senzillament, són impossibles.

─Però no ha acabat la història –va objectar la lladre–. I ho ha de fer. Ha de pensar un final –va demanar, sense atendre les explicacions del Joseph Hoffman, a la vegada que li entregava el quadern fet malbé.

Per primer cop des de feia molt temps, el coronel va somriure. La lladre va notar que el gest li va resultar física i ànimament dolorós. Però no va dir res. Es va quedar callat, com si el seu somriure claudiqués les seves intencions. 

─No pot deixar-ho així. Ha d’escriure un final! ─va insistir─. No puc quedar-me atrapada en aquesta estació per sempre més!

─”No robaré la torre Eiffel perquè vostè la entregui a Hitler! No, senyor, de cap manera!–el coronel va evocar les paraules punyents que la lladre va pronunciar. Després, va afegir─:Aquest és el final.

─Si us plau, coronel Hoffman… em vaig equivocar. Ja sé que mai no hagés estat per a ell. Però ho ha d’entendre: vostè, el seu estatus, l’uniforme… tot apuntava en aquesta direcció. Si us plau, imagini un altre, pensi en un altre final!

─No puc –va dir després d’empassar aire profundament–.No té sentit. Com vaig poder pensar que es podia robar la torre Eiffel? Amiga meva, hi ha coses que ni en la ficció són factibles.

─Si que ho són! Jo l’he robada, miri! –va somicar la lladre mentre obria la maleta que havia robat i li mostrava al coronel les peces de la torre Eiffel–. Ho veu? Tingui! Agafi-la!

El coronel Hoffman no va fer cas a les súpliques de la lladregota i es va posar dret, deixant que la desil·lusió s’aposentés sobre les espatlles de la noia.

─No et preocupis. No et quedaràs tancada en aquesta estació –la va tranquil·litzar el coronel–.Tens el meu permís per agafar un tren. Qualsevol et servirà. Ves-te’n. Ves-te’n lluny. Ho sento molt, res d’això no hauria d’haver passar. Marxa.

─No! Per què? Primer ha d’acceptar la torre! Aquest era el nostre tracte! Jo havia de robar la torre Eiffel a canvi de la llibertat!

VSí, però la que tu m’entregues no es la vertadera torre Eiffel –va corregir el coronel amb infinita paciència–. És una mentida. Igual que tu. Tu també ets una mentida.

─No es mentida! És imaginació! Si us plau, coronel Hoffman. Escrigui’l. Escrigui’l i ho haurà aconseguit. Escrigui’l i haurà fet realitat el somni de totes aquelles persones que mai no van voler marxar de la seva casa. Potser no ho aconsegueixi en vida, però si en la imaginació –va sentenciar la lladre, que tot just va abaixar la vista a la seva falda, on hi començaven a precipitar les llàgrimes que brillaven al seu nas–. Perquè això és el que fan els escriptors, coronel Hoffman: reparen les situacions amb la imaginació i instauren esperança en les persones tantes vegades com calgui.

─Ja ni ha prou! ─es va enfadar el Joseph Hoffman─. Jo no sóc cap escriptor. Ni tan sols sóc coronel. Sóc un simple revisor alemany d’estacions que no hauria d’haver marxat mai del seu país– va dir, i es va afanyar a afegir, en veure que la noia obria la boca per contestar–: No escoltaré res més que vulguis dir-me. Principalment perquè no ets real– i es va endur el dit al cap–. Només ocorres aquí. Al meu cap. 

El coronel Hoffman va deixar la lladregota plantada, amb la paraula a la boca i la torre Eiffel a la maleta. Es va allunyar d‘ella fent llargues gambades, però en una ocasió es va aturar i va mirar enrere. Per un moment, la lladre va tenir l’estrany pressentiment que el Joseph Hoffman volia dir-li alguna cosa.

El revisor li va llençar una mirada trèmula i va semblar que estigués a punt de parlar, però llavors, amb una petita sacsejada del seu cap, va reprendre el passeig i va marxar. Tot i això, la lladre va tenir la fugaç impressió d’haver vist, en comptes d’un home cansat, a un nen enxampat en alguna trapelleria. 

Finalment, la lladre va somriure àmpliament i la seva veu va sonar alta i forta a les oïdes del coronel Joseph Hoffman:

─I és clar que només ocorro a la seva ment, coronel Hoffman –va admetre–. Però això mai no va significar que no fos real.  

Aquesta va ser la història de la noia que va robar la torre Eiffel, o almenys així ha estat explicada, envernissada potser amb la condescendència que la nostàlgia deixa en els records quan es miren des del parapet del temps o potser velada per una boira densa, sorgida de l’acumulació del pols de la memòria precipitada al llarg de les dècades. En qualsevol cas, el que va passar després, no ho sap ningú. Perquè a aquella última trobada entre la lladre de la maleta i el coronel Hoffman no la va succeïr res més que un full en blanc perquè cadascú, amb les seves capacitats, decideixi imaginar què va passar amb ells. 

N’hi ha qui pensa que, al final, la noia que va robar la torre Eiffel va pujar a un tren que la va dur enlloc, i que tot el que la va separar del comiat amb el coronel va ser una breu encaixada de mans. Però jo prefereixo pensar que el Joseph Hoffman va optar per escriure un final alternatiu i que va enviar la lladre a entregar la torre Eiffel robada a aquella persona que tant la desitjava. Com pots veure, els seus finals bé haguessin pogut ésser aquests que temptejo o uns altres de ben diferents, perquè enlloc es varen escriure. Potser ni tan sols van arribar a existir. Al cap i a la fi, la noia que va robar la torre Eiffel no va ser res més que una invenció del coronel Hoffman, i no sembla lògic imaginar que ningú fos capaç de mantenir una conversa amb algun ésser fruit de la seva imaginació, oi? 

Deu ser que hi ha coses que no tenen sentit i, tot i això, semblen raonables.

Categorías
Sin categoría

#Reflexión literaria: Naturaleza casi muerta

Naturaleza casi muerta, Carme Riera

De Naturaleza casi muerta lo que más me gusta es el título. Tres palabras que resumen con precisión quirúrgica el mensaje que transmite esta historia. Me explico:

Naturaleza casi muerta, una novela policíaca diferente


Naturaleza casi muerta no es una novela de suspense y policial al uso. No se debe ir a buscar entre sus páginas un final inesperado. Creo que la autora no pretendía eso con esta historia. A pesar de que el planteamiento del caso sigue fielmente las reglas de la novela policíaca, no creo que el misterio sea la premisa destacable en el libro. En mi humilde opinión, lo verdaderamente destacable de la novela es la disección social que la autora hace de la contemporaneidad. Carme Riera se vale de una ironía elegante para mostrarnos una crítica del sistema que se caracteriza por el cinismo, el interés y la lucha por el poder.

La universidad de Carme Riera

Tomemos como ejemplo la universidad, ya que la novela gira en torno a una desaparición que ocurre en el campus de la UAB de Cerdanyola:

En la novela, Carme Riera nos muestra una universidad que no tiene nada que ver con la idea que tenemos de ella, que se nos impone desde siempre. La idea de que la universidad es fuente de conocimiento y sabiduría. La novela de Riera desnuda la universidad, le despoja de su históricamente prestigioso revestimiento intelectual, ahora ya podrido, y nos muestra las entrañas de lo que realmente es: un negocio.

Como todos los negocios, la universidad tiene un único objetivo, y este ya no es nutrir de conocimiento y espíritu crítico a los estudiantes, sino maximizar beneficios. La universidad de Carme Riera ya no es la sede intelectual ni idealista que debería educar a ciudadanos y ciudadanas para que hicieran del mundo un lugar mejor, sino una fábrica de dinero donde los estudiantes dejan de ser alumnos y pasan a ser clientes. A ser un número más en el activo del balance contable de sus cuentas.

Y yo me pregunto: A nadie le remueve la conciencia oír esos anuncios de la radio donde las universidades utilizan estadísticas de venta como reclamo publicitario de sus instituciones? ¿Desde cuando el conocimiento es un bien económicamente explotable?

Muchos me reprocharéis el spoiler de la novela. Entonces yo os pediré que penséis: ¿De verdad os sorprende?

Conclusión

Más allá del misterio entretenido, Carme Riera nos muestra con su novela que la naturaleza de la universidad (y de la sociedad) ha sido corrompida por el poder. Nos muestra una naturaleza podrida. Una naturaleza casi muerta.

Categorías
Técnicas para escribir

Cómo escribir un libro que enganche

Cómo escribir un libro que enganche

(o cómo lograr el efecto Flandes en las narraciones)

Esta es una pregunta habitual. Todos hemos leído alguna vez alguna novela que no podamos dejar. Que nos enganche hasta el punto de pasar página casi con obsesión y consumir vorazmente todo lo que viene después. A mí me pasó esto con La tabla de Flandes, de Arturo Pérez-Reverte. No podía dejarla. La historia de una partida de ajedrez plasmada en un cuadro del siglo XV y los enigmas que envuelven a los protagonistas cinco siglos más tarde me atrapó tanto que leí el libro en apenas dos o tres días.

La tabla de Flandes, Arturo Pérez-Reverte

Pese a que los crímenes en serie están muy trillados en la literatura, el enfoque de Reverte es sensacional. Novedoso. Distinto. Es de esas historias que logran lo que yo llamo «el efecto Oh Là Là Land» porque cuando la lees, no importa si eres o no escritor: maldices no haberla escrito tú. Engullí los capítulos de La tabla de Flandes como si fueran patatas fritas. Y de esto quiero hablar. Como por desgracia no todos somos Reverte, no podemos confiar en que se nos ocurra semejante exquisitez literaria. Pero existen algunas técnicas para hacer que un libro, independientemente de su historia, enganche. Podemos lograr el efecto Flandes con relativa facilidad.

Portada del libro La tabla de Flandes. Arturo Pérez-Reverte.
Portada del libro La tabla de Flandes. Arturo Pérez Reverte.

Cómo lograr el efecto Flandes

Para hacer que un libro enganche hay que prestar atención a los capítulos. Es simple. Los capítulos son divisiones que sirven para facilitar el seguimiento de una novela o narración. Prácticamente son unidades independientes que arman una novela. Si están bien construidos, es inevitable que uno quiera pasar al siguiente. Esto es lo que yo hice con (el misterio de) La luz de Sorolla. Por supuesto no es ningún Reverte, pero ha funcionado bien con los lectores.

Un capítulo sirve para revelar una pequeña dosis de información relevante para la trama

El capítulo debe dar respuesta a una pregunta concreta con la que revelaremos ese pequeño fragmento de información para avanzar la trama. Aquí un ejemplo propio:

En el libro La luz de Sorolla, por ejemplo, Alberto Rojo contacta con Celia Ordis, experta en el pintor Joaquín Sorolla, para que evalúe la autenticidad de un cuadro de Sorolla que hay colgado en el chalet de la familia Villanueva. Aquí la pregunta que se pretende responder es:

¿Por qué un detective privado quiere saber si un cuadro es verdadero?

En el capítulo siguiente, Celia Ordis visita el chalet para la inspección del cuadro y dictamina que es verdadero. Entonces descubre que se produjo un asalto al chalet pero que los asaltantes se llevaron un telescopio en lugar de un Sorolla, y que es posible que fuera una distracción para darle el cambiazo al cuadro. Y con esto obtenemos una nueva pregunta:

Portada del libro La luz de Sorolla. Adriana Díaz Barea.
¿Quién se llevaría un telescopio en lugar de un cuadro de Sorolla?

Esta nueva pregunta que se plantea al final del capítulo inevitablemente te lleva (si te interesa) a querer descubrirlo en el siguiente. Y así obtenemos el efecto Flandes y conseguimos captar el interés del lector.

Pregunta – Respuesta – Pregunta nueva

Esta es la estructura que yo aplico para construir capítulos que generen interés y lograr así el deseado efecto Flandes en mis libros. No importa si la temática del libro es negra, detectivesca, fantasía, amor, un relato… la cuestión es dosificar la información y repartirla en cada capítulo para despertar el interés en la historia. Capítulos cortos e intensos para que sea imposible dejarlo. Un escritor que hace muy bien esto es Dan Brown. En El Código Da Vinci es imposible no continuar con el thriller del profesor Langdon entre otras cosas por lo bien construidos que están los capítulos. Y es que si añadimos esas gotitas de suspense, independientemente del género del libro que estemos escribiendo, hará que el lector se enganche… ¡y consuma los capítulos como patatas fritas!

Categorías
Técnicas para escribir

Cómo crear historias originales

El efecto La La Land o cómo crear historias originales

(y no morir en el intento).

¿En qué se parecen el Brexit y un Toblerone?

Probablemente lo mismo que se asemejan un mono y una esponja. Pero si te digo que el Brexit provocó que la marca Toblerone redujera el número de dientes de su icónica tableta de chocolate para no tener que subir el precio de su producto cuando se devaluó la libra tras el referéndum inglés… ¿la cosa cambia, verdad?

De pronto parece un inicio… original

Una idea original no es garantía de publicación, pero siempre es mucho más divertido escribir sobre algo que sabemos que pueda sorprender a los lectores, y no me refiero a un giro de guion inesperado a lo Jöel Dicker y La verdad sobre el caso Harry Quebert. O no necesariamente. Seguro que a todos nos ha pasado que hemos leído alguna novela de esas que, al volver la última página, nos empuja a decir: <<¡Jolín, ojalá la hubiera escrito yo!>>

A mí me pasó esto cuando vi el musical La La Land, de Damien Chazelle. La pantalla fundió a negro, se prendieron las luces y supe que la película que acababa de ver me había sorprendido y que me habría encantado ser yo quien la escribiera. ¿Por qué? ¡Si era una historia de amor como tantas! ¡Como cualquiera!

¡Oh, là là land!

El final de La La Land es maravilloso. Es lo que perfecciona una película que se habría quedado sólo en una buena película. Ojo, spoiler: Mia y Sebastian logran cumplir sus respectivos sueños – ser actriz y abrir un club de jazz – gracias a la perseverancia, pero renuncian el uno al otro para conseguirlo. Cuando se encuentran casualmente años más tarde, ambos se plantean si mereció la pena mientras imaginan el qué habría sido si… si las cosas hubieran sido distintas.

El final de La La Land es agridulce, verosímil y… original.

La La Land rompe con el paradigma del séptimo arte que tiende a los finales completamente felices y poco realistas. Porque se atreve a contar la historia de un chico y una chica que podríamos ser nosotros. Porque pueden ocurrir muchas cosas después del «y vivieron felices…», y la que plantea la película raras veces se explora, pese a lo habitual que suele ser.

El efecto La La Land

El efecto La La Land es lograr ese elemento que diferencia tu historia de otras, a pesar de que la premisa pueda ser igual que tantas. Porque está todo escrito. Que no te tomen el pelo.

Hay personas que esto les sale natural. A la primera, ¡chas!, te presentan una historia que atrae y encanta. Para los que no somos tan geniales, no nos queda más remedio que trabajar, trabajar y trabajar.

A la quinta va la vencida

Una vez leí, no recuerdo exactamente dónde, que las primeras cuatro ideas que se te ocurren alrededor de un mismo tema son las que se le ocurrirían a cualquiera, y que sólo a partir de la quinta idea estás siendo innovador. Esta es una de las técnicas que yo utilizo para tratar de imaginar entramados originales. Pista: Si lo probáis, veréis lo que cuesta. Cuando creáis que os estáis sacando una historia con un sacacorchos significa que vais por el buen camino.

Otras 3 técnicas para tratar de ser original

i) Imagino el título primero y escribo después: A veces se me ocurren títulos que me encantan por lo estrambóticos que parecen y pienso que dejarlos pasar es una mala decisión. Entonces no me queda más remedio que remangarme, hincar los codos y teclear hasta la extenuación. Así se me ocurrió el relato que escribí para la revista INÈDITS «La noia que va robar la torre Eiffel« (La chica que robó la torre Eiffel). ¿Cómo nadie robaría la torre Eiffel?, puede que te preguntes. La respuesta la puedes leer aquí y juzgar tú mismo/a si es original.

ii) Jugar con el narrador. El narrador es un recurso extremadamente poderoso para sorprender y ganar puntos de originalidad. Para que veas lo que quiero decir, te recomiendo la lectura de la novela «El asesinato de Roger Ackroyd» de Agatha Christie o «La larona de libros» de Markus Zusak.

iii) Asociaciones de palabras: Y cuanto más alejadas entre sí, mejor. Recuerda la pregunta con la que he comenzado este post. ¿En qué se asemejan el Brexit y un Toblerone? Pruébalo tú. Por ejemplo, con un lápiz y un macetero o un gato y la economía.

Yo utilizo estas técnicas y la verdad es que me van bien para lograr el Efecto La La Land, pero lo importante es que cada escritor desarrolle su propio #método para su proceso creativo. No es fácil escribir, pero aún es menos sencillo imaginar lo que se quiere escribir. Pero qué bonita es esa sensación que se tiene después de escribir algo y poder decir, no importa si lo leen o no: <<¡Oh là là land!>>

Categorías
Sin categoría

Reto literario: La meitat de l’ànima (Carme Riera)

Portada de l’edició Proa de La meitat de l’ànima.

Començo 2021 amb un repte (reto) literari (literario). Sé que l’univers internàutic està farcit de lectors i ressenyes d’autors, i jo no pretenc alliçonar ningú respecte el que d’altres autors escriuen (espcialment algú com Carme Riera, només faltaria!), entre d’altres coses perquè no sóc ningú ni estic legitimada per fer-ho, però sí que m’he proposat llegir més del que solia. Per tal d’aconseguir el meu propòsit (no soc pas una bona lectora), he decidit que donaré la meva opinió dels llibres que vagi llegint, això sí, sempre des del respecte i l’admiració que qualsevol autor, pel sol fet de posar-se a escriure (que ja és molt!) mereix. Per tant, tractaré sempre les obres dels altres amb màxim respecte i tot el que hagi de dir ho argumentaré. No pretendré mai imposar la meva opinió. Els llibres són, en part, el que nosaltres sentim a l’hora de llegir-los i per tal motiu el que a mí em faci sentir una història concreta potser a vostè li farà sentir o percebre quelcom diferent.

Per cert! Les meves resenyes les faré sempre en l’idioma en que estigui escrit el llibre. De tota manera, quan ho faci en català, a sota hi trobaran la versió en castellà en cas que en desconeguin la llengua. Por tanto, siempre traduciré las reseñas al castellano.

OPINIÓ: La meitat de l’ànima (Carme Riera)

Dit això, enceto el meu repte literari amb la primera novel·la de 2021: La meitat de l’ànima, de Carme Riera.

És un llibre que es llegeix entre cafés, per dir-ho d’alguna manera, ni massa llarg ni massa curt. Té la llargada ideal per la història que transmet. Segons el meu parer, et deixa amb un regust agredolç a la punta de la llengua un cop arribes al final: d’una banda vols llegir més després del full en blanc que succeeix el punt i final. D’altra, saps que una línea més, precisament, privarà la novel·la de la màgia que t’ha empès a aturar-te just aquí. Al final.

La meitat de l’ànima m’ha agradat moltíssim: Una escriptora rep d’un desconegut una sèrie de cartes d’amor que la seva mare intercanvià amb un amant sense identitat durant els anys cinquanta. A partir d’aquí, la narradora, que dinamita la distància tàcita que s’obre entre un narrador en primera persona i l’escriptor que el dota de vida, la qual cosa provoca certa ambivalència i una interessant confusió – a qui llegim, a la Carme Riera escriptora o a la Carme Riera protagonista? – comença a indagar sobre el passat de la seva mare, de nom Cecília Balaguer, que va morir misteriosament al 1960, de camí a París. Més enllà de la premisa de la història, que m’ha semblat molt atractiva, i la proposta narrativa de l’autora, amb l’escriptor/protagonista, la qualitat literària que desprenen les pàgines des del començament fan que el lector s’acotxi entre les línies que l’armen i no vulgui arribar al final de la història pel sol fet de voler seguir gaudint de tanta bellesa poètica amagada entre les paraules. Des de bon començament, quasi des de la primera línea, els recursos literaris de Carme Riera enreden els ulls del lector amb la imatge de la «dona de l’abric blau i el barret escàs» que baixa d’un tren a l’estació de Portbou i mai més no se’n torna a saber d’ella i provoquen que, en paral·lel amb la narradora, en vulguis conèixer més del seu destí. 

Jo ja he dit que no sóc ningú per a valorar professionalment cap llibre ni cap autor. Només puc dir que, com a lectora, La meitat de l’ànima és un dels llibres que més m’han agradat mai i que, com a escriptora que parla des de la més profunda admiració, tan de bo l’hagués pogut escriure jo. Si vostè no coneix l’escriptora, a mí m’ha fet redescobrir el plaer de la lectura, que fa molt vaig perdre, si mai el vaig tenir.

La meitat de l’ànima va guanyar el premi Sant Jordi de l’any 2003 convocat per Òmnium Cultural. De la mateixa autora també he llegit i recomano la novel·la negra «Vengaré tu muerte«.  

OPINIÓN: La mitad del alma (Carme Riera)

Empiezo mi reto literario con la primera novela de 2021: La mitad del alma, de Carme Riera.

Es un libro que se lee entre cafés, por decirlo de alguna manera, ni demasiado largo ni demasiado corto. Tiene la longitud ideal para la historia que transmite, a mi parecer, y te deja con ese regusto agridulce en la punta de la lengua al terminarlo: por un lado quieres leer más después de la hoja en blanco que sucede al punto y final. Por otro, sabes que una línea más, precisamente, privará a la novela de la magia que te ha empujado hasta detenerte justo ahí. En el final.

La mitad del alma me ha gustado muchísimo: Una escritora recibe de un desconocido una serie de cartas de amor que su madre intercambiaba con un amante sin identidad en los años cincuenta. A partir de aquí, la narradora, que dinamita la distancia tácita que se abre entre un narrador en primera persona y el escritor que lo dota de vida, lo cual provoca cierta ambivalencia y una interesante confusión – ¿a quien leemos , a Carme Riera escritora o a Carme Riera protagonista? – comienza a indagar sobre el pasado de su madre, de nombre Cecilia Balaguer, que murió misteriosamente en 1960, de camino a París. Más allá de la premisa de la historia, que me ha parecido muy atractiva, y la propuesta narrativa de la autora, con el escritor / protagonista, la calidad literaria que desprenden las páginas desde el comienzo hacen que el lector se acomode entre las líneas que la arman y no quiera llegar al final de la historia por la sencilla razón de resistirse abandonar tanta belleza poética escondida entre palabras. Desde el principio, casi desde la primera línea, los recursos literarios de Carme Riera enredan los ojos del lector con la imagen de la «mujer del abrigo azul y el sombrero escaso» que baja de un tren en la estación de Portbou y nunca más se vuelve a saber de ella y provocan que, en paralelo con la narradora, quieras conocer más de su destino.

Yo ya he dicho que no soy nadie para valorar profesionalmente ningún libro ni ningún autor. Sólo puedo decir que, como lectora, La mitad del alma es uno de los libros que más me han gustado y que, como escritora que habla desde la más profunda admiración, ojalá lo hubiera podido escribir yo. Si usted no conoce a la escritora que nos regala esta joya, a mí me ha hecho redescubrir el placer de la lectura, que hace mucho perdí, si es que alguna vez lo tuve.

La mitad del alma ganó el premio Sant Jordi de 2003 convocado por Òmnium Cultural. De la misma autora también he leído y recomiendo la novela negra «Vengaré tu muerte«.